Decíamos en un post anterior aquello de "Obligado te veas...". Pues, en efecto, muchos colegas, profesores presenciales (me referiré más especialmente, como vengo haciendo en las últimas entradas, a los de nivel universitario) se han visto obligados a realizar tareas propias de las que venían desarrollando con normalidad colegas que vienen laborando en sistemas educativos de corte digital, debido a la maldita pandemia que nos azota.
Muchos de ellos vienen haciendo loables esfuerzos por adaptar sus hábitos y estrategias docentes a esta forma diferente de enseñar. Se esfuerzan por aprender, leen, preguntan, experimentan, etc., con ilusión y esperanza de que este tiempo de cierre de los centros educativos, les abran nuevas oportunidades para la innovación y mejora de calidad de su anterior docencia.
Pero existen otros que ya eran muy reticentes y críticos con los sistemas a distancia y que a regañadientes están aceptando acomodarse a las exigencias del guión. Pero siguen sin creer en las posibilidades, eficacia y calidad de estos sistemas, cuando los diseños y desarrollos se acomodan a parámetros pedagógicos ya contrastados.
Trataría de explicarles, a estos últimos que, cada vez hay un mayor número de instituciones, programas, docentes e investigadores comprometidos que confían en esta modalidad y, lo que es más importante, más investigaciones en cuyos resultados sobre eficacia y eficiencia la educación a distancia aparece al menos a un nivel similar al de los procesos presenciales.
En efecto, algunos estudios realizados por nosotros mismos (García Aretio, 1985, 1987, 1997), que tuvieron como población de análisis, por una parte, a los licenciados de la UNED y, por la otra, a los estudiantes y a los que habían fracasado o abandonado, llegaron a concluir que la eficacia de un proceso educativo no está en la modalidad, sino en el rigor de los planteamientos pedagógicos que sustentan el diseño y desarrollo del proyecto (García Aretio, 2019)...
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