La relación y colaboración de la universidad y la empresa en I+D es muy mejorable, como también lo es, por cierto, la colaboración entre empresas. Pero esto es más una consecuencia que una causa de la debilidad innovadora de nuestro tejido productivo. Las empresas que más I+D desarrollan y demandan son aquellas intensivas en conocimiento y desarrollo tecnológico, y estas no abundan precisamente en nuestro territorio. Al contrario, la inmensa mayoría son PYMEs, que invierten poco en I+D e incluso en innovación, que operan en general en sectores poco sustentados en conocimiento y desarrollo tecnológico. Pongan todas las excepciones que quieran, pero la pintura predominante en el cuadro es esa.
Por supuesto esta no es toda la verdad y también por parte de la universidad hay mucho margen de mejora. Además de la perogrullada que supone decir que si se consigue que la universidad haga más y mejor investigación habrá más y mejores resultados para transferir, vamos a ver si ponemos algún punto sobre las íes. La inversión total en I+D ejecutada por las universidades representó en 2015 el 40% de la ejecutada por las empresas (un 28,1% frente al 52,5%, respectivamente, del total español), lo cual da una idea del peso específico que tienen las universidades en el sistema español de ciencia y tecnología. Más evidente se hace incluso esta situación si comparamos el personal empleado en actividades de I+D (EJC) por sectores, en la medida en que el 36,5% está en las universidades frente al 43,5% en las empresas (datos de 2015). Este gran músculo investigador universitario se refleja en una producción científica muy relevante. España lleva varios años alrededor de la décima posición mundial en número de publicaciones científicas y la mayoría sale de nuestras universidades. No obstante, la I+D universitaria no tiene el mismo impacto en el tejido productivo. Solo uno de cada cinco profesores/investigadores universitarios participa en los contratos de transferencia suscritos por las universidades. En concreto: falta cultura de transferencia entre el Personal Docente e Investigador (PDI) universitario; faltan conocimientos para que el PDI se atreva y sepa cómo llevarla a cabo; faltan incentivos y reconocimientos; y falta apoyo en un proceso que es muy complejo, arduo y con gran incertidumbre.
¿Qué podemos hacer y qué no?
Sería bastante frívolo por mi parte decir que con unas cuantas acciones los problemas comentados estarán resueltos. Como bien apunta el Informe sobre la Ciencia y la Tecnología en España (Fundación Alternativas, 2017), se exige un “big push”, un gran empujón, o muchos empujones coordinados a los diferentes agentes estratégicos del sistema de innovación de nuestro país. En todo caso, me resisto a dejar mis palabras en
un análisis necesariamente parcial y algunas reflexiones. Por eso voy a ir un poco más allá, comentando algunas cosas que habría que hacer y otras que no ayudarán a nada. Empiezo por estas.
un análisis necesariamente parcial y algunas reflexiones. Por eso voy a ir un poco más allá, comentando algunas cosas que habría que hacer y otras que no ayudarán a nada. Empiezo por estas.
Son frecuentes las demandas de que al ser España casi un monocultivo de PYMEs, las universidades deberían dedicarse sobre todo a ayudarlas a innovar. Hacerlo así supondría, sobre todo en sectores de actividad no sustentados en el conocimiento y el desarrollo tecnológico, dedicar los recursos de la I+D universitaria a empeños de bajo valor añadido. Son otros agentes, singularmente los centros tecnológicos, las organizaciones empresariales u otras empresas, los que han de realizar esta labor, a la que no quiero restar importancia, desde luego. Una cosa es incentivar la innovación y el emprendimiento desde y con las universidades y otra es que ello haya de eclipsar su labor más genuina de I+D.
No pensemos tampoco que vamos a cambiar el panorama de nuestro tejido productivo simplemente arengando a las universidades y empresas a colaborar. Para lograrlo se necesitan políticas, sobre todo públicas, valientes y a largo plazo. Hay que abordar reformas legales, regulatorias, fiscales, de incentivos… que estimulen y apoyen a las empresas existentes a innovar permanentemente y que permitan que se creen y escalen nuevas empresas basadas en el conocimiento y la tecnología, que tienen el valor añadido de servir de catalizadores en los procesos de innovación de mayor impacto dentro del tejido productivo. Y no dejemos para otros la automatización inteligente, ya que lo pagaremos muy caro. Paro aquí, ya que se me va el hilo del discurso, y quiero ahora centrarme en las universidades, que deben ir cambiando muchas cosas también. Pondré algunos ejemplos:
- Reconocimiento académico e incentivos al PDI universitario. Se han dado algunos pasos en este camino, aunque modestos y un tanto torcidos. Por ejemplo, aunque la CNEAI introdujo un campo en los sexenios de investigación específico para la transferencia del conocimiento y la innovación, lo cierto es que, si cada año los solicitantes de los sexenios de investigación ordinarios se han contado por miles, los que han ido por dicho campo han sido unas pocas decenas. Algo se estaba haciendo mal. Precisamente, el nuevo “sexenio de transferencia de conocimiento e innovación”, creado recientemente por el Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades, es un intento loable de corregir lo que había. Ojalá lo consiga.
- Los investigadores en formación, independientemente de su ámbito de conocimiento, deben ser formados en transferencia y emprendimiento. Siempre les será más fácil y estimulante adentrarse en terrenos conocidos.
- El PDI no puede hacerlo todo, todo bien y todo a la vez. No existen los hombres o mujeres orquesta en I+D y, de haber alguno, necesitará tiempo para ensayar. A modo de ejemplo sirva la iniciativa de “Fomento del Emprendimiento Académico”, que dentro del programa de Campus de Excelencia Internacional se puso en marcha a través de la colaboración entre el Ministerio de Educación, Banco Santander y RedEmprendia. En su primera edición, en 2011, permitió apoyar la creación y consolidación de 15 spin-off universitarias, apoyando a otros tantos docentes e investigadores ligados a los Campus de Excelencia Internacional de las universidades públicas españolas. Estas personas recibieron apoyo y asesoramiento personalizado para sus proyectos emprendedores, además de beneficiarse de la contratación de un profesor sustituto para poder dedicarse a tiempo completo durante un máximo de un año a la puesta en marcha o consolidación de sus proyectos emprendedores.
- Como se suele decir, el roce hace el cariño, por lo que deben ampliarse todo lo posible las iniciativas que favorecen la presencia de la empresa en la universidad –unidades mixtas, participación de profesionales del mundo de la empresa en la formación…– y viceversa –doctorados industriales, estancias de PDI en empresas…–.
- Las OTRI operan sobre todo atendiendo a las necesidades e intereses de sus clientes internos, en general los investigadores de sus universidades –conocen las infraestructuras y la capacidad de I+D de la universidad, apoyan la negociación y gestión posterior de proyectos y contratos de I+D, asesoran en temas de propiedad intelectual e industrial, informan de convocatorias de becas, proyectos de investigación, etc.-. Hacen un gran trabajo. Sin embargo, su papel como verdaderas unidades de transferencia de resultados de investigación se ciñe en general al ámbito local y está más centrado en transmitir al interior de la universidad las necesidades de los potenciales clientes externos que en facilitar de un modo proactivo la transferencia de los resultados de investigación al exterior –su papel se parece más a lo que Etzkowitz llama “oficinas de enlace”-. Las razones son múltiples, pero destacan tres: en primer lugar, están diseñadas más como unidades de administración y servicios que como unidades de comercialización y captación de recursos; por otra parte, no suelen operar a nivel internacional, con lo que su cartera de potenciales clientes es limitada; y poseen también una cartera de “transferibles” en general muy reducida, no alcanzando el tamaño crítico para que resulte de interés realizar las inversiones necesarias para establecer mecanismos específicos de valorización. Evidentemente, estas apreciaciones están dirigidas a las unidades operativas, su organización y modus operandi, en absoluto a los buenos profesionales que desarrollan en ellas su trabajo.
La universidad y la empresa aún no se besan, pero hace tiempo que van de la mano. Con la voluntad e inteligencia de todos los agentes implicados también llegarán los besos.
Fuente: Cuaderno de Trabajo 10 de Studia XXI, “Universidades y Empresas: Apuntes para crear sinergias con sentido“.
Tomado del blog de Studia XXI con permiso de sus editores
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