En la última década se ha hablado y escrito mucho sobre las funciones que deben realizar las instituciones de educación superior y el servicio que deben prestar a la sociedad. En los procesos de planificación estratégica en los que han entrado con distinta suerte gran parte de nuestras universidades, se empieza por definir la misión de la universidad.
Y, sin embargo, ya hemos introducido en nuestro diccionario abreviado de uso el término Tercera misión. Así que, ¿en qué quedamos? ¿Tenemos que definir una misión o tres? La solución a esta —aquí sí— aparente contradicción está en definir en nuestro plan estratégico una misión que abarque las conocidas tres misiones –es decir, todo–: enseñanza, investigación y… tercera misión. ¿Qué es esto de la tercera misión?
Existen muchas definiciones de tercera misión. En mi opinión, la tercera misión abarca todo aquello que no es primera o segunda misión (algo obvio, pero útil). Es la misión de lo que hemos estado definiendo como lo informal (ver aquí)
¿Acaso se trata de una especie de cajón de sastre? No, porque guarda cierto orden.
Los elementos que ordenan las tres misiones son la obligatoriedad y la formalización. Si una universidad no tiene obligación de hacer una actividad y para ello tiene pocos requisitos formales, entonces esa actividad es de tercera misión.
Veamos algunos ejemplos.
La enseñanza superior inicial es algo que hacen las universidades porque es una de las bases de su existencia. En cierta medida, esta enseñanza inicial tiene varios requisitos formales. Así que se trata, en este caso, de primera misión. Si esa enseñanza está dirigida a la formación continua –no inicial, por tanto–, puede ser o no ofrecida por una universidad y es flexible en duración, organización, etc., entonces es tercera misión.
Otro ejemplo. Si una universidad lleva a cabo un proyecto de investigación básica y pasa por los procedimientos de aprobación y evaluación correspondientes, es, en este caso, segunda misión. Si esa investigación está orientada a la colaboración con el sector empresarial, nace de la voluntad de un investigador o su grupo y tiene un claro componente de transferencia de conocimiento o tecnología, incluso desarrollado en colaboración con algún centro conjunto creado al efecto, entonces es tercera misión. Por último, tercera misión es también todo aquello, no obligatorio ni formalizado, que podemos considerar dentro del compromiso social de las instituciones. Esto último sí es un cajón de sastre, pero de gran interés.
A las tradicionales actividades culturales –teatro, música –, debemos añadir la atención a la diversidad, los programas de cooperación al desarrollo, los grupos de voluntariado, los programas de formación para adultos, etc.
Es difícil concebir hoy una universidad sin varias de estas actividades que denominamos tercera misión.
El proyecto europeo E3M, coordinado por la Universidad Politécnica de Valencia, en el que participé, analizó esta tercera misión de las universidades. Uno de los productos más interesantes de ese proyecto fue el denominado Libro Verde (ver aquí). De este documento me interesa destacar una idea que subyace: la tercera misión ya no es algo añadido a las universidades, sino que forma parte de sus actividades nucleares. Aunque no son actividades formales u obligatorias, es muy difícil concebir hoy en día una universidad que no se ocupe de la formación continua, de la transferencia de conocimiento o tecnología, o que no explicite en actividades concretas su compromiso social –y hasta con cierto orgullo–.
Podríamos decir más: los objetivos definidos para la tercera misión abarcan en realidad a las dos primeras, convirtiéndose en la mejor manera de definir el futuro de una universidad actual.
Tomado de Studia XXI con permiso de sus editores
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