El recurso al 65 % parece cada vez más socorrido en los abundantes textos y discursos que flagelan la rigidez del sistema educativo y estimulan una orientación pedagógica que relega y menoscaba el conocimiento. Consiste en afirmar, sin aportar justificación alguna, que el 65% de algún colectivo variable (tal vez estudiantes de primaria, estudiantes en general, personas nacidas desde 1990 o personas que nacerán) va a estudiar algo inútil (“carreras para puestos de trabajo que no existirán”) o bien trabajará, menos mal, en puestos, empleos, trabajos o profesiones que ahora mismo no existen, lo cual es otra forma de decir que lo que están estudiando no les va a servir para nada en su actividad laboral.
Donald Clark (ver aquí) y Mariano Fernández Enguita (ver aquí) han explicado que el porcentaje mencionado (que puede oscilar en más o menos un 5%) carece de base documental. Clark, además, considera la famosa afirmación como piedra de toque de la charlatanería. Por otra parte, la misma diversidad en las formulaciones del eslogan del 65% muestra su falta de consistencia. La música es la misma, pero “trabajar en empleos que ahora no existen” no equivale, a “estudiar para puestos de trabajo que no existirán”: según el primer enunciado, no menos del 65 % trabajará, aunque sea en algo que todavía no existe, en tanto que el segundo es compatible con una tasa de paro del 100%.
Pero, a fuerza de repetirlo, ya se sabe, el 65% se va imponiendo, hasta el punto de que hay quien pasa de considerarlo como una previsión a verlo como una realidad: “los datos lo confirman” hemos llegado a leer, a modo de pórtico de la consabida sentencia del 65%.
No obstante, es significativo que pocas voces académicas se hayan unido al coro, posiblemente por una aversión profesional a la falta de rigor o quizás también por el mero reflejo de no tirar piedras sobre el propio tejado.
Desde luego, Fernández Enguita y Clark tienen razón al descalificar la sentencia del 65 % por la ausencia de una fuente documental que la avale. Pero cabe ir más allá y plantearse si tal fuente documental podría llegar a existir o si tal sentencia es, en cierto sentido, posible.
Una condición necesaria para poder dar crédito a una afirmación sobre una supuesta propiedad o un comportamiento de algún aspecto de la realidad es que se pueda responder afirmativamente a determinadas preguntas sobre su formulación y las posibilidades de contrastarla con hechos observables. Entre las muchas que han sido propuestas, usaré solo dos.
En primer lugar, ¿qué significa exactamente eso? En el caso del 65 %, eso no significa exactamente nada y nada puede significar, ya que los elementos del conjunto a que se refiere el 65% no están bien definidos, por lo que resulta imposible hablar con propiedad de porcentajes en relación con ellos. ¿Qué proporción del estudiantado de primaria estudiará una carrera? ¿Las “carreras para puestos de trabajo que no existirán” son nuestros grados? ¿Tales puestos de trabajo existen ahora y dejarán de existir dentro de unos quince o veinte años? ¿O es que las carreras proporcionan formación para puestos de trabajo que no existen ahora ni existirán en el futuro? ¿El actual estudiantado de primaria que cursará derecho, economía, química, matemáticas, medicina, arquitectura, ingenierías, biología, historia… trabajará en empleos que ahora ni siquiera podemos imaginar? ¿Qué entienden por trabajos o profesiones que ahora mismo no existen quienes sostienen lo del 65%? ¿Con qué criterios deciden que la naturaleza de un puesto de trabajo es distinta de la de los previamente existentes?
En segundo lugar, ¿cómo se puede probar tal afirmación? De ningún modo, claro está, puesto que una afirmación que no se sabe qué significa exactamente no puede ser probada. Y, por añadidura, se trataría de una previsión y no de una información basada en la observación de la realidad. No hay duda de que cabe hacer previsiones sobre múltiples facetas de la actividad humana, pero solo deberían ser consideradas seriamente si los datos en que se basan y la metodología con que se han elaborado están suficientemente descritas y son fiables. Y, por supuesto, nunca pueden ser tomadas como un dato, entre otras cosas porque la sociedad dispone de instrumentos para configurar, dentro de ciertos límites, el futuro, si tiene la voluntad de hacerlo.
A la vista de todo esto, surge una pregunta que parece interesante: ¿por qué dicen eso quienes lo dicen? Quizás a veces se trata solo de iniciar o llenar un discurso con una frase impactante y desconcertante, pero es difícil aceptar que este sea el único motivo por el que dicen eso, reiteradamente, responsables de multinacionales, un experto “en la nueva generación del milenio” o informes del Foro de Davos. Ello da pie a conjeturar que va en serio, que se difunde con alguna intención precisa.
Y, de ahí, la pregunta final, ¿qué efectos cabe esperar de la salmodia del 65%?, cuya respuesta podemos dejar para una entrada posterior.
Tomado del blog de Studia XXI con permiso de sus editores
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